Que el cuchillo de bronce de la antigua China esté hecho como
una mano humana apretando la empuñadura por encima de la afilada hoja, resalta
el carácter del cuchillo como emblema no solo de la supervivencia humana sino
también del afilado borde de la consciencia humana que ha esculpido las
estructuras de sus civilizaciones. Los cazadores de la Edad de Piedra usaban
las primeras versiones del cuchillo para matar y desollar sus presas y convertir
las pieles en ropa y cobijo. Dando tajos con sus cuchillos, cortando enredadas raíces
y tupidos e impenetrables ramajes, abriéndose caminos, y eventualmente tallando
diferentes materiales haciéndoles revelar sus formas emergentes. Un implemento
esencial en los campos de guerra, la exploración y la aventura, en el taller,
la cocina, el estudio de arte y la sala de operaciones, el cuchillo lleva
consigo el instinto de matar pero también las energías de la sanación, la creatividad
y la magia de la cocina con intimidad y sutileza.
El cuchillo no es un instrumento romo e impasible sino que simboliza
la eficacia y la violencia de un filo cortante. Montado sobre una vara, el
cuchillo se convierte en una lanza; extendido en su longitud, en una espada
cuya versión más pequeña es la daga, especialmente ideada para herir (Enc.
Brit. 28:721-2; 3:846). Ambos, cuchillos y dagas se distinguen como armas furtivas
y de proximidad, que se pueden llevar ocultas. Usado a corta distancia donde
víctima y atacante están separados por menos de la longitud del brazo, el
cuchillo evoca las imágenes de muertos en combate cuerpo a cuerpo así como
asesinatos sangrientos y mutilaciones, guerras de pandillas y decapitaciones,
violencia súbita y traición de las que derivan lo metafórico: “apuñalar por la
espalda” y “ojos como puñales”
Su capacidad para un rápido y preciso corte ha dado al
cuchillo un lugar destacado en los rituales y en la iconografía de culturas tan
variadas como la hebrea, celta, azteca e hindú, donde, como instrumento para
dar muerte a las víctimas sacrificiales sobre altares sagrados, libera la libido
de fertilización y renovación significada por la ofrenda de sangre. Instrumento
tradicional de la circuncisión ritual de Abraham, el cuchillo se convirtió en
el instrumento de un sacrificio simbólico que desde tiempos antiguos implica
para el hombre judío la pérdida voluntaria de un aspecto de sí mismo para
unirse a una alianza sagrada superior (Mateo,
112). En el Budismo Tibetano, el phurba
o daga del ritual mágico, encarna la acción compasiva de la iracunda deidad
Vajrakilaya. La triple hoja del phurba
significa las herramientas espirituales que cercenan las raíces de la
ignorancia, el deseo y el odio, que envenenan la existencia humana (Beer,
246-7).
Aún hoy, el cuchillo sirve y representa simbólicamente al
intelecto humano que corta a través de lo superfluo y confuso, analíticamente separa
y diferencia, pero también es capaz de hacer disecciones llenas de soberbia y
vacías de alma. El cuchillo está implicado en la intimidad perversa de la
automutilación compulsiva y la búsqueda de la vivencia mediante el dolor.
Psicológicamente se personifica en los ataques sorpresivos en las dinámicas inconscientes
de afecto y agresión, que se encarnan en asaltantes que irrumpen con violencia
y afligen nuestros sueños, o figuras míticas como el egipcio Set, cuyo atributo
es el cuchillo de pedernal. El cuchillo puede representar un instrumento de
destrucción absurda pero también es una insuperable herramienta de
deconstrucción y adaptación. En palabras de T. S. Eliot, el cuchillo mítico,
como el escalpelo del cirujano, “cuestiona la parte descompuesta”, la diestra herida
que precede a la síntesis.
Beer, Robert. The Encyclopedia of
Tibetan Symbols and Motifs. Boston, 1999.
Matthews, Boris. The Herder
Dictionary of Symbols. Wilmette, IL, 1993.
(Tomado de The Book of Symbols – Aras – Taschen)