En los códices aztecas, la diosa Tlazolteotl se representa
tragando y excretando incesantemente la inmundicia que paradójicamente la
contaminan y la purifican a la vez, puesto que sus propios desechos emergían en
la forma de una flor, un glifo centro mexicano que simboliza la sensualidad
femenina y, por sugerencia, el parto, sobre el cual ella presidía. Los desechos
humanos que los aztecas acopiaban para fertilizar sus campos decayeron en humus
o tlazollalli (“inmundicia de la
tierra”) que ellos creían se generaba en las entrañas de la diosa en la tierra
subterránea de los muertos, un lugar indecible que irónicamente dio nacimiento
al maíz sustentador de vida. Su nombre deriva de la raíz tlazolli, que significa no exactamente desecho, sino también vicio
y enfermedad, ya que los aztecas le reconocían a ella sus fechorías sexuales en
sus lechos de moribundos, historias vergonzosas que ella ávidamente consumía en
la forma de excremento. La palabra azteca por desgracia literalmente significa
estar manchado de excremento, aunque sus palabras para “oro” significan “divino
excremento” o “el excremento del sol.” Con una paradoja similar, la alquimia
reclamaba, y la apoya la psicología, que el oro de la transformación “es encontrado
en la suciedad,” en estos mismos aspectos de la sustancia de uno el ego tiende
a descartar como inferiores.
De carácter similar a Tlazolteotl es la diosa romana de las cloacas,
Cloacina (Bourke, 127). Esta diosa toma su nombre del arroyo Cloaca que fluía a
través del palúdico pantano del antiguo Fórum antes de que fuera dragado para
convertirse en el principal albañal de Roma (Cloaca máxima), un sistema todavía
intacto que llevaba los desperdicios de un millón de personas al mar (Horan,
11). Cloacina, cuyo nombre significa “Purificadora”, fue eventualmente
asimilada a Venus y purificaba la relación sexual dentro del matrimonio. Tanto
la diosa azteca como la romana realizaban su transformación ingiriendo la
suciedad humana, dando lugar de esta
manera a la sensualidad desvergonzada en el matrimonio, coronada por el parto
legítimado. Sin embargo, no toda nuestra “mierda” puede ser integrada; una
porción pertenece a fuerzas psíquicas más allá de la comprensión de la vida
consciente y debe ser lavada en un abismo, en lugar de ser usada para
enriquecernos o fertilizar nuestro entorno (Perera, 104).
Las heces (del latín “sedimento” o “poso”) consisten de
exceso de grasas tales como el colesterol, mucosas muertas desprendidas de la
membrana que recubre el tubo digestivo y desechos de proteínas arrojadas por
las bacterias intestinales que producen los olores sulfúricos de la
flatulencia. Su típica coloración marrón es debida a células rojas de la sangre
muertas, que también causan el ennegrecimiento de las deposiciones que
acompañan la diarrea. Los niños con frecuencia conciben teorías escatológicas
del parto, y ven sus excrementos como prueba de su propia magia creativa; los
psicóticos son conocidos por embadurnarse con sus propias heces o tragarlas
(coprofagia). Debido a que la defecación es usualmente un acto deliberado, su
imaginería ha sido relacionada con aserción, expresión, voluntad, potencial
creativo y transformación y también a las compulsiones que tienen que ver con
control, dominación y retención (Whitmont, Perera, 146). Las imágenes
excretoras con frecuencia evocan las circunstancias y asuntos relacionados a la
canalización y contención de urgencias creativas. Aplicamos “constipado”
figurativamente cuando sentimos una incapacidad creativa; lo que necesita salir
no puede o no quiere, y la diarrea simbólicamente supone una descarga anormal,
demasiado suelta, fuera de control de la propia sustancia. Aún en el amanecer
de la consciencia, y bastante más allá, nuestros “excrementos” eran altamente
valorados, como lo era el fértil excremento de animales reverenciados como el
elefante y la vaca. Cuan extraordinario que desde nuestros más antiguos
antecesores a Freud y Jung, la naturaleza divina del excremento ha sido
intuida: “El valor más bajo se alía con el más alto” (CW 5:189) así que simbólicamente,
la propia mierda realmente puede oler como una rosa.
Bourke, John Gregory. Scatologic Rites of All Nations. Washington, DC, 1891.
Horan, Julie L. The
Porcelain God. Secaucus, NG, 1996.Miller, Mary Ellen and Karl A. Taube. The Gods and Symbols of Ancient Mexico and the Maya. NY, 1993.
Perera, Sylvia Brinton. The Scapegoat Complex. Toronto, 1986.
Whitmont, Edward C. and Sylvia Brinton Perera. Dreams, a Portal to the Source. London and NY, 1989.
(Tomado de The Book of Symbols – Aras – Taschen,
2010)
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