El laberinto de la Catedral de Notre Dame está
en el eje central de la nave de tal forma que la ventana de la gran rosa
pudiera, si fuera doblada, casi solaparla (Doob, 13), y uno no podría alcanzar
el altar principal sin enredarse en sus giros. Entre la rueda dentada exterior,
con sus puntiagudos dientes y los festoneados pétalos de la flor central yacenlas
espirales con apariencia intestinal, en un vaivén circular, con un patrón
regular que va de cuarto a cuarto y luego de medio a medio, trazando así una
cruz dentro del círculo en la forma de un mandala. La cruz, símbolo de la
muerte y resurrección de Cristo, lleva al centro, ocupado por la flor de seis pétalos
de la Virgen María (a quien está dedicada la catedral), como el principio
femenino. El viaje de transformación involucra un descubrimiento de esa
realidad (ARAS, 1:67).
El laberinto es un símbolo antiguo cuya compleja
y enrevesada forma se encuentra naturalmente en conchas, intestinos de
animales, telarañas, en el sinuoso cuerpo de las serpientes, en los remolinos
del agua, la estructura interna de las cuevas subterráneas y en las vertiginosas galaxias del espacio, y ha sido siempre grandemente sugestivo para la
imaginación. Las espirales y los meandros, precursores del laberinto, han sido
encontradas entre las pinturas rupestres de los pueblos prehistóricos, con
frecuencia esculpidas sobre o cerca de figurillas de diosas, animales tallados,
paredes de cuevas y umbrales. Estos espirales laberínticos representan el
pasaje simbólico desde el entorno visible de lo humano a la dimensión invisible
de lo divino, volviendo a trazar el viaje que las almas de los muertos habrían
tomado para reingresar al útero de la madre en su camino al renacimiento
(Baring, 24-5).
Los temas de tejer e hilar, evidentes en la
imagen de la casa del dios creador Siuhu, cuyo laberinto protector que lo rodea
es tejido, como tela de araña, directamente en el patrón de la cesta que lo
adorna, son congruentes con la idea del fatal devenir de los giros y vueltas de
la vida. El hilo dorado de Ariadna, que Teseo desenrolló a lo largo de su
descenso a matar al Minotauro, proveyó el “ovillo” que le permitiría encontrar la
salida. En los Upanishads, el hilo (Sutra) es descrito como enlace “de este
mundo al otro mundo y a todos los seres” (Stevens, 4). De modo mercurial, el
movimiento a través del laberinto cambia de rumbo una y otra vez, dando vueltas,
creando una danza cuyos pasos eventualmente tejen recipiente lo suficientemente
fuerte para sostener lo que originalmente era una intolerable experiencia. Un
patrón trascendente que eventualmente emerge, que lo eleva a uno a un nuevo
punto de ventaja, como las alas de Dédalo ideadas para escapar de la prisión
laberíntica que él mismo había creado (el laberinto de Creta) (EoR, 8:411-12).
El propósito de la frecuente inclusión en el
laberinto en ritos iniciatorios es perturbar la consciencia temporalmente hasta
el punto en que el iniciado se confunda y simbólicamente pierda su camino, o su
marco de orientación racional, lineal. El alquimista chino más antiguamente
conocido, Wei Po-yang (siglo II C.E.), hable de una región “cerrada por todos
lados, su interior hecho de laberintos intercomunicados,” donde Chen-yen, el hombre
completo o verdadero, está oculto en la oscuridad. Intentar entrar racionalmente
a esta región “no es agradable al tao del principio femenino (yin)” y conlleva un gran peligro. La actitud apropiada
para aproximarse a este escondido espíritu divino requiere la completa cesación
de pensamiento y aflicción (CW 13:433)
La naturaleza esencialmente dual, paradójica,
del laberinto es a la vez circular y lineal, simple y compleja, histórica y
temporal. Contenida dentro de un espacio compacto, un camino largo y difícil
que constantemente retorna sobre sí mismo, conduciendo enrevesadamente a un misterioso
e invisible centro. Desde dentro, la visión es extremadamente restringida y
confusa, mientras que desde arriba uno descubre un talento artístico y un orden.
Así el laberinto simultáneamente incorpora confusión y claridad, multiplicidad
y unidad, aprisionamiento y liberación, caos y orden (Doob, 1-8). Esta dualidad
paradójica refleja el propósito psicoterapéutico de tantear el camino de uno a
través del sufrimiento, la oscuridad y la confusión, con el objeto de construir
una capacidad de mayor comprensión (“insight”) y perspectiva, aumentando así la
personalidad. Sobre el camino a través del laberinto, una vez que ha sido
alcanzado el centro o la meta, el camino de vuelta siempre será completamente
nuevo.
Baring, Anne y Jules Cashford. The Myth of the Goddess: Evolution of an
Image.London and NY, 1991.
Doob, Penelope Redd. The Idea of the Labyrinth from Classical Antiquity through the Middle Ages. Ithaca, NY, 1990.
Robertson, Seonaid M. Rosegarden and Labyrinth: A Study in Art Education. Dallas, TX, 1989.
Stevens, Anthony. Ariadne’s Clue. Princeton, NJ. 1998