martes, 26 de febrero de 2013

El niño/Los niños


La encarnación de las potencialidades; posibilidades del futuro; simplicidad; inocencia. El niño, o hijo, simboliza también la transformación más elevada de la individualidad, el yo transmutado y renacido a la perfección (J.C. Cooper, 2004)


Símbolo del futuro, en contraposición al anciano que significa el pasado, pero también símbolo de la etapa en que el anciano se transforma y adquiere una nueva simplicidad, como predicara Nietzsche en Así hablaba Zaratustra, al tratar de las “tres transformaciones”. De ahí su concepción como “centro místico” y como “fuerza juvenil que despierta”. En la iconografía cristiana, surgen los niños con frecuencia como ángeles; en el plano estético, como putti de los grutescos y ornamentos barrocos; en lo tradicional, son los enanos o cabiros. En todos los casos, según Jung y Kerenyi, simbolizan fuerzas formativas del inconsciente de carácter benéfico. Psicológicamente, el niño es el hijo del alma, el producto de la coniunctio entre el inconsciente y el consciente, se sueña con ese niño cuando una gran metamorfosis espiritual va a producirse bajo signo favorable. El niño místico que resuelve enigmas y enseña la sabiduría es una figura arquetípica que lleva esa misma significación al plano de lo mítico, es decir, de lo general colectivo. Es un aspecto del niño heroico que libra al mundo de monstruos. En alquimia, el niño coronado o revestido de hábito real es el símbolo de la piedra filosofal, es decir, del logro supremo de la identificación mística con el “dios en nosotros” y lo eterno. No puede hablarse del simbolismo del niño sin aludir a la famosa y misteriosa IV Égloga de Virgilio, que dice: “Comienza ahora de nuevo la poderosa carrera del año / Vuelve Virgo, Saturno domina otra vez / Y una nueva generación desciende del Cielo a la Tierra/Bendice el nacimiento del Niño, oh casta Lucina / que despide a la edad de hierro y es el alba de la de oro”, égloga que se ha considerado profética (Cirlot, 1995)