martes, 18 de septiembre de 2012

El excremento



En los códices aztecas, la diosa Tlazolteotl se representa tragando y excretando incesantemente la inmundicia que paradójicamente la contaminan y la purifican a la vez, puesto que sus propios desechos emergían en la forma de una flor, un glifo centro mexicano que simboliza la sensualidad femenina y, por sugerencia, el parto, sobre el cual ella presidía. Los desechos humanos que los aztecas acopiaban para fertilizar sus campos decayeron en humus o tlazollalli (“inmundicia de la tierra”) que ellos creían se generaba en las entrañas de la diosa en la tierra subterránea de los muertos, un lugar indecible que irónicamente dio nacimiento al maíz sustentador de vida. Su nombre deriva de la raíz tlazolli, que significa no exactamente desecho, sino también vicio y enfermedad, ya que los aztecas le reconocían a ella sus fechorías sexuales en sus lechos de moribundos, historias vergonzosas que ella ávidamente consumía en la forma de excremento. La palabra azteca por desgracia literalmente significa estar manchado de excremento, aunque sus palabras para “oro” significan “divino excremento” o “el excremento del sol.” Con una paradoja similar, la alquimia reclamaba, y la apoya la psicología, que el oro de la transformación “es encontrado en la suciedad,” en estos mismos aspectos de la sustancia de uno el ego tiende a descartar como inferiores.

De carácter similar a Tlazolteotl es la diosa romana de las cloacas, Cloacina (Bourke, 127). Esta diosa toma su nombre del arroyo Cloaca que fluía a través del palúdico pantano del antiguo Fórum antes de que fuera dragado para convertirse en el principal albañal de Roma (Cloaca máxima), un sistema todavía intacto que llevaba los desperdicios de un millón de personas al mar (Horan, 11). Cloacina, cuyo nombre significa “Purificadora”, fue eventualmente asimilada a Venus y purificaba la relación sexual dentro del matrimonio. Tanto la diosa azteca como la romana realizaban su transformación ingiriendo la suciedad humana,  dando lugar de esta manera a la sensualidad desvergonzada en el matrimonio, coronada por el parto legítimado. Sin embargo, no toda nuestra “mierda” puede ser integrada; una porción pertenece a fuerzas psíquicas más allá de la comprensión de la vida consciente y debe ser lavada en un abismo, en lugar de ser usada para enriquecernos o fertilizar nuestro entorno (Perera, 104).

Las heces (del latín “sedimento” o “poso”) consisten de exceso de grasas tales como el colesterol, mucosas muertas desprendidas de la membrana que recubre el tubo digestivo y desechos de proteínas arrojadas por las bacterias intestinales que producen los olores sulfúricos de la flatulencia. Su típica coloración marrón es debida a células rojas de la sangre muertas, que también causan el ennegrecimiento de las deposiciones que acompañan la diarrea. Los niños con frecuencia conciben teorías escatológicas del parto, y ven sus excrementos como prueba de su propia magia creativa; los psicóticos son conocidos por embadurnarse con sus propias heces o tragarlas (coprofagia). Debido a que la defecación es usualmente un acto deliberado, su imaginería ha sido relacionada con aserción, expresión, voluntad, potencial creativo y transformación y también a las compulsiones que tienen que ver con control, dominación y retención (Whitmont, Perera, 146). Las imágenes excretoras con frecuencia evocan las circunstancias y asuntos relacionados a la canalización y contención de urgencias creativas. Aplicamos “constipado” figurativamente cuando sentimos una incapacidad creativa; lo que necesita salir no puede o no quiere, y la diarrea simbólicamente supone una descarga anormal, demasiado suelta, fuera de control de la propia sustancia. Aún en el amanecer de la consciencia, y bastante más allá, nuestros “excrementos” eran altamente valorados, como lo era el fértil excremento de animales reverenciados como el elefante y la vaca. Cuan extraordinario que desde nuestros más antiguos antecesores a Freud y Jung, la naturaleza divina del excremento ha sido intuida: “El valor más bajo se alía con el más alto” (CW 5:189) así que simbólicamente, la propia mierda realmente puede oler como una rosa.


Bourke, John Gregory. Scatologic Rites of All Nations. Washington, DC, 1891.
Horan, Julie L. The Porcelain God. Secaucus, NG, 1996.
Miller, Mary Ellen and Karl A. Taube. The Gods and Symbols of Ancient Mexico and the Maya. NY, 1993.
Perera, Sylvia Brinton. The Scapegoat Complex. Toronto, 1986.
Whitmont, Edward C. and Sylvia Brinton Perera. Dreams, a Portal to the Source. London and NY, 1989.

(Tomado de The Book of Symbols – Aras – Taschen, 2010)